En primer lugar no “a la patria”, porque entendemos que los altares se dedican a Dios (cf. Ceremonial de Obispos 921).
En segundo lugar porque todo lo humano debe ser atendido por la vida y pastoral de la Iglesia, pues el ser humano es el camino de la Iglesia [3]. Eso incluye el valor del patriotismo y las necesidades de la patria, entendiendo que quien mejor las puede colmar es el mismo Dios, a quien consagramos nuestra nación, pues sólo conociéndolo y abrazando su salvación todo ser humano puede encontrar vida abundante [4].
De la patria, porque en este recinto bendecido, por tanto reservado a un fin religioso, lo que se busca es que la fe se convierta en patria (o sea que la fe en Cristo se encarne en la vida cotidiana de cada puertorriqueño y habitante de este país) y un espacio privilegiado para la oración por la patria[5], y consagrar ésta a Dios. Como se ve no hay ningún fin político, sino simplemente espiritual.