En primer lugar no “a la patria”, porque entendemos que los altares se dedican a Dios (cf. Ceremonial de Obispos 921).
En segundo lugar porque todo lo humano debe ser atendido por la vida y pastoral de la Iglesia, pues el ser humano es el camino de la Iglesia [3]. Eso incluye el valor del patriotismo y las necesidades de la patria, entendiendo que quien mejor las puede colmar es el mismo Dios, a quien consagramos nuestra nación, pues sólo conociéndolo y abrazando su salvación todo ser humano puede encontrar vida abundante [4].
De la patria, porque en este recinto bendecido, por tanto reservado a un fin religioso, lo que se busca es que la fe se convierta en patria (o sea que la fe en Cristo se encarne en la vida cotidiana de cada puertorriqueño y habitante de este país) y un espacio privilegiado para la oración por la patria[5], y consagrar ésta a Dios. Como se ve no hay ningún fin político, sino simplemente espiritual.
En este contexto no se debe entender el altar de la patria en el sentido estricto del lugar en el que ofrecemos el sacrificio eucarístico, sino en el sentido más amplio, como ese mueble o lugar en el que un fiel, ejerciendo su sacerdocio bautismal, se recoge para elevar sus oraciones a Dios, la Virgen o sus santos.
El uso de esta palabra en este sentido ha sido algo muy propio de nuestra piedad popular a lo largo de los siglos. Tener ese rincón o “altar” en el que los miembros de las familias se recogían para hacer sus oraciones [1]. Así los fieles prolongan el culto que no se agota con la celebración litúrgica [2] en otras expresiones de su vida espiritual, avaladas por la legítima autoridad, en este caso el Ordinario del lugar.
Nuestro “altar de la patria y vientre maternal de la nación puertorriqueña” está compuesto de:
En la primera sala:
a) Un monumento memorial de la entrega del anillo episcopal de D. Juan Alejo de Arizmendi a Ramón Power debajo del cual está una urna de mármol en la que reposan los restos de ambos personajes.
b) Una estela con una cita de la carta pastoral Bendición, n. 17, de S.E.R. Roberto O. González Nieves, OFM, explicando el sentido del lugar.
En la segunda sala:
a) Un gran crucifijo
b) Asientos y reclinatorios para poder sentarse o arrodillarse a orar.
[1] Carta Pastoral Bendición, 52s. A esa práctica centenaria, se ha sumado en los últimos años la difusión en Puerto Rico del Movimiento de Schoenstatt con su práctica del santuario-hogar.
[2] Directorio sobre la Piedad Popular y Liturgia, 82-84.
[3] B. Juan Pablo II, Encíclicas Redemptor hominis, 14; Centesimus Annus, 53.
[4] B. Juan Pablo II, Encíclica Centesimus Annus, 55.
[5] Este valor fue grandemente alabado por el B. Juan Pablo II, por ej. v. la homilía de beatificación de Mons. Anton Martin Slomsek el 19 de septiembre de 1999, nn.3s.
[6] Cf. S. Gregorio Nacianceno, Ep. 101, 32
[7] Cf. SC 61; Bendicional, orientaciones generales, 14.